Nuestras últimas palabras: jugando con los miedos de la generación de los 90
Nuestras últimas palabras es el titulo del primer libro de cuentos de Ángelo Alessio (1997), autor chileno nacido en Argentina. Con este libro publicado en 2022 por Sangría, Alessio recolecta los miedos y
malas experiencias de las cotidianidades chilenas de hoy, en especial de la generación de los noventa.
Es un libro que interroga situaciones comunes que el lector puede identificar o vivenciar con facilidad: ¿Quién no se ha indignado en la sala de espera de un SAPU? ¿Cuántos en sus días escolares no desearon tener justo ESE tazo de Pokémon en el ocasional paquete de frituras? ¿De dónde sacamos fuerzas para aguantar pegas tan indignantes, tan habituadas a tratar con el clasismo que tanto nos define? ¿Qué sentimos si nos preguntamos cómo le hace el taxista [o el chofer de micro] para llegar hasta el final del recorrido sin acabar con su vida y de paso la de sus pasajeros?
Los cuentos que componen Nuestras ultimas palabras
Los seis cuentos que forman Nuestras últimas palabras, abarcan el recuerdo escolar (“Yo cuento y ustedes se esconden” y “Cabro chico”), la experiencia laboral (“Plaza pública”, “Súmele el diez por ciento” y “El taxista”) y el restante, “Certificado de defunción”, que es una crítica del sistema público.
La escuela es un espacio del miedo y anula la diversión, “¿Quién puso las reglas del juego? La respuesta es engañosa. Entiendo, como varios aquí, que el liceo complace únicamente a alguien sin imaginación” (p.14), se cuestiona el protagonista del primer relato. Es también un sitio que etiqueta y determina la vida de los jóvenes: “El director no lo miró en ningún momento, solo se dirigió a la mamá, que lo acompañaba nerviosa. Algunos deben seguir un camino diferente al resto, le decía. Le podemos buscar otro sitio para que termine, tranquila” (p.16).
No obstante, el liceo también es un lugar que evoca las bromas y apodos hacia los profesores, el compañerismo de la resistencia o la sufrida supervivencia, además de los objetos impregnados de melancolía: colets y corbatas, ciertos dulces como frugelés o los doritos y los tazos que se levantan como un objeto nada despreciable para entender, incluso en términos emocionales, a la generación noventera: “Hoy finalmente me salió el tazo de Charmander que tanto quería. Lo tomé como un buen augurio. El Carlos me ofreció un trueque o apostarlo entre nosotros, pero me negué” (p.66).
Los miedos de la sociedad actual
Es destacable que estas historias no hayan sido obnubiladas por los horrores del siglo pasado y optasen por encontrar una personalidad en los misterios que le ha tocado vivenciar en carne propia a una generación más actual. Son las vidas de personas que navegan en el latente riesgo de algo, la quizá espada de Damocles del fracaso, sea escolar, laboral o de las relaciones interpersonales.
Bajo esta amenaza indefinida, oyen de fondo el clamor de una lucha igual de espesa e intensa: “A lo lejos, una multitud marchaba ferozmente. Si hubiesen volteado la mirada hacia la calzada, habrían visto y oído a personas jóvenes y adultas marchando con carteles, algunas disfrazadas, niñas y niños sobre los hombros de sus padres. Se oían cantos, gritos, bombos, cacerolas, la rabia acumulada que estallaba y al mismo tiempo se contenía en una movilización que ninguno de los tres notó” (p.37).
Este y otros fragmentos restan a Nuestras últimas palabras de una visión naif de la realidad. El misterio que compone cada uno de los relatos está rodeado de una fuerte, pero contenida crítica social hacia proyectos de vida apropiados, asociados al éxito económico y de obtener poder para subyugar a los demás.
Aquí la soledad, la resignación y el desamparo forman un tatuaje a hierro encendido en estos personajes que no son más que trabajadores anónimos y corrientes de la ciudad actual: “Toco la puerta del baño y le pregunto si está bien. Tiene miedo. Hoy no, quiero decirle. Sal tranquila, con al frente en alto como nos enseñan acá” (p.78), dice el protagonista de “Súmele el diez por ciento”, un mesero que vive aguantándose un trabajo lleno de malos tratos de parte de su jefe y clientes, a punta de resistir el hambre, situación irónica para trabajar en un restorán.
El trasfondo social de Nuestras últimas palabras
El hecho de que la crítica social esté contenida hace que no estalle en un panfleteo retórico. “Certificado de defunción” trabaja la injusticia con un tono humorístico. La crueldad y frivolidad del servicio público de la salud se hallan dentro de un ambiente televisivo con una gracia retórica que expone la lógica del concurso y la resignación de las clases populares: “Entonces, como si todo el sentimiento de Urgencias pudiera materializarse en una sola persona, una guagua a espaldas de Lorena rompió en llanto” (p.50).
¿Serán las generaciones venideras capaces de cambiar el estado de las cosas? Es difícil responder con seguridad, pero la protagonista de dicho cuento guarda silencio, solo mira a “una persona acostada en camilla con una bolsa de suero al lado, aunque los tubos ya no conectaban con su cuerpo, sino que caían lánguidos al piso” (p.51), titubea y firma.
Por ultimo, se puede mencionar que Nuestras últimas palabras también contiene un total de ocho imágenes, fotografías de un timbre, un certificado, celulares y objetos viejos, una noticia y una foto familiar. La portada, además, fue realizada por Joaquín Cociña y alude de manera estrecha al sexto y último cuento sobre la vida de un taxista. Esta resulta atractiva en cuanto a la elección de los colores y el taxi, difuminándose en un fuego de niebla esmeralda con un fondo rosa, le da una sensación de estar a punto de convertirse en un fantasma en vez de estallar.
¡Si te gustó esta reseña, te invitamos a revisar la reseña del libro El idioma de los dragones!